Boletín Informativo de Seden
29/11/2013
10:00:00 h.
La ética del cuidado
Carol Gilligan

Con la invención de la ética del cuidado, Carol Gilligan ha conseguido dar un giro al marco conceptual del patriarcado y diseñar un nuevo paradigma que ensancha el horizonte de la ética y de la democracia. Un paradigma destinado
a eliminar el modelo jerárquico y binario del género, que durante siglos ha venido definiendo el sentido y las funciones de la masculinidad y la feminidad. En el libro In a Different Voice, salió al paso de la teoría de Kohlberg
sobre la evolución moral de la persona, para poner de manifiesto que el patriarcado había preparado el terreno concienzudamente para no escuchar la voz de las mujeres y establecer unos parámetros que silenciaban lo que
brotaba de lo más profundo del ser de las personas, sólo porque no se correspondía con «lo que había que decir». A través del estudio y el análisis directo del sentir y el razonar de las niñas, Gilligan descubrió el valor del cuidado, un
valor —afirmó en el libro mencionado— que debiera ser tan importante como la justicia, pero no lo era porque se desarrollaba sólo en la vida privada y doméstica protagonizada por las mujeres. Como ocurre con los pensadores que idean un vocablo que hace fortuna, porque explica algún aspecto de la realidad que había permanecido oculto, Gilligan no ha podido hacer nada más que profundizar sobre el concepto de cuidado desde que lo dio a la luz pública. Las dos conferencias que pronunció en Barcelona, en el marco de las “Conferencias Josep Egozcue”, y que se publican
a continuación, tratan respectivamente de la ética del cuidado relacionada con lo que Gilligan denomina «daño moral» y con «la resistencia a la injusticia». En ambas se pone un énfasis especial en la necesidad de cambiar de paradigma
o de marco conceptual pues, de no ser así, se perderá una dimensión tan importante para el bienestar del individuo y de la sociedad como la capacidad de amar y de generar confianza entre unos y otros. La democracia se basa en
la igualdad, pero el modelo patriarcal excluyó el amor entre iguales y las relaciones interpersonales se hicieron ásperas, hostiles e hipócritas. Si hoy sigue amenazada la ética del cuidado es porque el patriarcalismo se resiste a abandonar
su posición de poder: la sociedad quiere seguir siendo patriarcal.

Insiste Gilligan en la necesidad de universalizar las obligaciones del cuidado. Su perspectiva no es esencialista —las mujeres tienen unos roles derivados de su biología, y los hombres otros derivados de la suya—, no lo ha sido nunca,
pero tiene que seguir subrayándolo porque la malinterpretación es fácil. El cuidado y la asistencia no son asuntos de mujeres, sino intereses humanos. De hecho, puesto que somos mente y cuerpo, razón y emoción, la empatía de los humanos con sus congéneres debe darse por supuesta. Efectivamente, pero, no obstante tal suposición, constatamos que la capacidad de empatía se pierde fácilmente. ¿Por qué? Gilligan llega a dicha pregunta a partir de la voluntad de escuchar la «voz diferente» de las mujeres, generalmente más capaces que los hombres de compaginar la razón y la emoción. Hay que rechazar el esencialismo y la clasificación simple y absurda según la cual el hombre es autónomo y la
mujer relacional, o el hombre es racional y la mujer sentimental. La diferencia entre los géneros no tiene nada que ver con las esencias ni con la biología, sino con la menor dificultad de las mujeres interrogadas de transgredir el
marco conceptual al uso y salirse del esquema impuesto por el patriarcado. Con la naturalización del patriarcado, se ofuscó el ansia de tener una voz propia. Recuperar esa voz, expresarla públicamente, es una liberación y un
esfuerzo por mantener la integridad moral. Como psicóloga, Gilligan ha analizado a fondo por qué el niño —o la niña— esconden lo que realmente sienten o piensan para limitarse a decir «lo que se supone que hay que decir». Al actuar así, disimulan la empatía en aras de otros valores socialmente más reconocidos y, lo que es más decisivo, atribuidos al ejercicio auténtico de la masculinidad o la feminidad. En toda su obra, empírica y teórica, Gilligan ha luchado por desvelar los mecanismos que ocultan el sentir más íntimo de las personas y las abocan a una actuación hipócrita. Sacar a la luz el valor del cuidado y de la empatía es «la liberación más radical de la historia de la humanidad». Liberación moral y psíquica pues también los problemas psicológicos surgen cuando la gente no puede decir lo que siente. En esa liberación son cruciales las voces de las mujeres porque son ellas las que pueden llamar la atención sobre el cambio de modelo que necesitamos. Es lo que ha venido haciendo el feminismo hasta hoy. Por la dominación secular sufrida, las mujeres son más proclives a reconocer la falsedad de la narrativa patriarcal. No hay mal que por bien no venga. No debe parecernos raro que, en un mundo repleto de fallos y defectos, éstos caigan sobre las espaldas de los hombres y que la cultura femenina pueda aportar algo positivo e ignorado hasta ahora por culpa de la interesada perspectiva patriarcal. El daño moral consiste en la destrucción de la confianza y la pérdida de la capacidad de amar. Uno deja de ser resistente ante la injusticia cuando pierde la capacidad de empatía. Por ello es preciso que el cuidado complemente
a la justicia. Para entenderlo, hay que tener en cuenta que la diferencia no está entre la justicia y el cuidado, sino entre la democracia y el patriarcado. Justicia y cuidado son igualmente importantes y universalizables, pero la democracia (y con ella el anhelo de justicia) está amenazada si pervive el patriarcado. Gilligan lo afirma con rotundidad en este párrafo memorable: «En un contexto patriarcal, el cuidado es una ética femenina; en un contexto democrático, el cuidado es una ética humana». Así lo entendieron también los cuatro ponentes que completaron las “Conferencias
Josep Egozcue” con sendas intervenciones referidas a distintos aspectos del cuidado. El valor y la importancia del concepto se pone de manifiesto al comprobar el amplio significado social que ha ido adquiriendo. El cuidado está presente en la familia, en la relación clínica y en la vida cotidiana.
LluísFlaquer, Teresa Torns, Germán Diestre y Eulalia Juvé se encargaron de analizar con perspicacia y rigor las varias dimensiones del cuidado. Sus respectivas colaboraciones han sido recogidas también en esta publicación.

Victoria Camps
Presidenta




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